- Frances McDormand brilla en este drama sobre crímenes sin condena, culpa e ira en un pequeño pueblo de Estados Unidos.
Puede que la idea que inspiró Tres anuncios por un crimen (Three Billboards Outside Ebbing, Missouri) le haya llegado hace años al director Martin McDonagh, pero los temas que conciernen a su tercer largometraje se sienten propios de la actualidad norteamericana: la ignorancia, el racismo y la intolerancia yacen en su médula, e infectan el ADN de un pequeño pueblo y sus habitantes, indiferentes ante un crimen sin culpables ni condena. Siete meses después, la única persona que aún busca retribución es la madre de la víctima.
Así es como Mildred Hayes (Frandes McDormand) decide rentar tres carteles abandonados en una carretera, para dirigir su mensaje a unas autoridades que ella considera apáticas e incompetentes. «Violada mientras moría», lee el primer anuncio que ya nos pinta los cruentos momentos finales de la hija adolescente, sin tener que jamás mostrarlos. «¿Y aún no hay arrestos?», dice el segundo cartel, para rematar con un culpable: «¿Cómo es posible, Jefe Willoughby?».
La tercera valla hace referencia al querido jefe de la policía local, Bill Willoughby (Woody Harrelson), cuyo padecimiento de cáncer pancreático terminal es un secreto a voces entre los lugareños que, como es comprensible, manifiestan indignación por los anuncios que además atraen la atención de la televisión regional. Así da inicio una guerra de desgaste entre un pueblo indignado, una madre en duelo y una limitada policía, que entre sus filas tiene un cañón suelto en la forma Jason Dixon (Sam Rockwell), un mediocre oficial propenso a agredir ciudadanos afroamericanos.
Tres anuncios por un crimen tiene más por objetivo retratar las realidades de la ira y la desesperanza que en convertirse en un thriller criminal. Así, el guión de McDonagh sigue por completo el viaje personal de sus protagonistas, uno que sobre todo lo demás es de carácter moral en un mundo que, desprovisto de toda esperanza, abraza una cosmovisión nihilista: sin justicia de ningún tipo, consecuencias ni compasión, ¿qué queda por perder? ¿Acaso importa? Los caminos que recorren Mildred, Willoughby y Dixon son tan imprevisibles como caóticos, si acaso el optimismo de McDonagh por el panorama que retrata pudiera parecer excesivo.
Como si pudiera esperarse algo distinto de ella, el de Frances McDormand es un magistral acto de equilibrismo entre el estoicismo y la rabia contenida ante la impotencia, que se convierte en una verdadera fuerza de la naturaleza cuando es liberada. De Mildred Hayes vienen las más mordaces e ingeniosas líneas de diálogo en la película, entregadas con el ritmo y entonación perfectas que le otorgan a Tres anuncios… este carácter de impávida comedia negra en la que tiene un pie bien plantado. Lo mismo no puede decirse del racista oficial Dixon.
Mientras Rockwell aborda a su personaje con una pericia cómica y dramática que no envidia nada a la de sus compañeros (los mejores momentos del filme tienen que ver con él), el arco argumental de Jason Dixon es el más problemático desde la presentación de sus diálogos, muchos de los que se perciben incendiarios por el puro afán de serlo. Aunque detallar más sobre su evolución arruinaría la historia, basta con decir que es comprensiblemente controvertido.
Aunque ese carácter imprevisible de Tres anuncios… puede resultar incómodo en este caso particular, también es, en el gran esquema de las cosas, el aspecto que más atrapa al espectador en su radiografía de la intolerancia y el odio en la sociedad estadounidense. «La ira engendra más ira», dice un improbable personaje en lo que parece una cita aún más inverosímil a Luther King. Incluso si no tiene éxito en todos los frentes, McDonagh ofrece una potente (y necesaria) reflexión sobre ello.