- La adaptación del argentino Andrés Muschietti apuesta por los sustos en CGI, a costa de los matices dramáticos.
Hay varias peculiaridades en torno al primer traslado de Eso (It) al medio audiovisual: esta versión de 1990, con la icónica interpretación de Tim Curry como el payaso Pennywise, es a menudo referida como una película cuando, de hecho, se trataba de una miniserie de televisión en dos partes. ¿Es tal su consideración por virtud de su calidad? ¿Culpa del Canal 5 por transmitir ambos episodios de manera continua por años? Lo cierto es que, para bien o para mal, es referente indiscutible no sólo para nuevas adaptaciones de la novela de Stephen King, sino para cualquier drama que involucre drama de púberes con elementos sobrenaturales (¿eres tú, Stranger Things?).
Otra idea preconcebida gracias a la miniserie, quizá por mérito de haber traumatizado a los niños de los 90: que Eso es, ante todo, una historia de terror puro. Suele olvidarse que también es, por partes iguales, una del paso de la niñez a la adultez. Esta versión de Eso, dirigida por el argentino Andrés Muschietti (Mamá), por momentos se desenvuelve como una retorcida visión de Steven Spielberg, con el autodenominado «Club de los perdedores» explorando los eventos sobrenaturales en el pequeño pueblo de Derry, al tiempo que se descubren a sí mismos, con menos extraterrestres y más asesinatos en la mezcla.
Y, en efecto, los asesinatos en la versión de 2017 son violentos, como bien aprende el pequeño Georgie Denbrough (Jackson Robert Scott), una diferencia fundamental con la primera adaptación. Muschietti opta por una fidelidad explícita al material, valiéndose del CGI para recrear a un antagonista que es más monstruo que payaso repulsivo (aquí interpretado por Bill Skarsgård, con momentos de brillantez).
Cuando opera como película de terror, el nuevo Eso acierta en la mayoría de sus momentos de sorpresa, pero no tarda en caer en los lugares comunes del género en el siglo XXI: a pesar del conocimiento sobre la naturaleza del ente que acecha Derry, poco sorprende presenciar la deformación de las manos de Pennywise en monstruosas garras, o de su quijada en una mandíbula con decenas de colmillos.
Muschietti apuesta por el susto rápido, con éxito en muchos casos, pero sin construir la atmósfera ni la tensión necesarias para crear momentos de horror que permanezcan en la memoria. La bestia acuática de Tiburón persiste en nuestras fobias por su ausencia, algo a tener en cuenta para la inevitable secuela (y, dicho sea de paso, el Pennywise de Tim Curry se beneficia más por la mera insinuación de su esencia, bien de forma intencionada o por las limitantes técnicas de la época).
Lo cual nos deja con el otro elemento predominante de la historia, el drama de pubertos marginados a las puertas del cruel mundo adulto. Los mejores momentos son provistos por las sólidas interpretaciones de Jaeden Lieberher, Sophia Lillis y Finn Wolfhard, respectivamente como Bill Denbrough, Beverly Marsh y Richie Tozier.
Sin embargo, el elenco también se ve limitado por el guión que opta por inducir sobresaltos de susto. La negligencia de los adultos en Derry, y la historia misma como parábola de los miedos en el camino a la madurez, son meros esbozos de su potencial narrativo inexplorado (con matizadas excepciones como la historia de abuso de Beverly), con el afán de priorizar los encuentros de cada niño con la criatura titular.
Es así como Eso se convierte en una sólida y cumplidora película de terror, pero poco más que eso. Si el segundo episodio reitera las convenciones del primero, habrá que ver si el elenco de contrapartes adultas logra el carisma suficiente para hacerles contrapeso.