- Aunque conservadora en su planteamiento argumental, la nueva película de Marvel Studios presenta una espectacular propuesta visual que la convierte en una de las experiencias cinematográficas más interesantes del género y del año.
Por decir lo menos y dada su naturaleza, Doctor Strange: Hechicero Supremo es probablemente la producción más arriesgada de Marvel Studios hasta la fecha (dioses nórdicos e inadaptados galácticos mediante). Ésta es una cinta que lidia con la separación del cuerpo y del alma, dimensiones alternas que coexisten con la nuestra, el multiverso y la manipulación del tiempo, todo mientras construye sobre la mitología del Universo Cinematográfico de Marvel y abre nuevos horizontes para esta megafranquicia.
Es un logro, entonces, que la cinta maneje dicha mezcla con coherencia, demostrando de paso que algunas historias no podrían ser mejor contadas por otros medios mas que el cine: la maravilla caleidoscópica de Doctor Strange alcanza su máximo esplendor por un inventivo guión llevado a la vida por la imagen en movimiento, en perfecta sinfonía con la fiesta psicodélica de sus efectos especiales.
Como una primera incursión en la vida de Stephen Strange (Benedict Cumberbatch), la cinta sigue de manera bastante típica su caída de gracia como arrogante neurocirujano tras perder el uso de sus manos, y su eventual redención y transformación en el campeón de los hechiceros. Es en el plano narrativo donde Doctor Strange menos arriesga, apegándose mucho a la fórmula ya probada por la casa de las ideas, si bien la resolución de su tercer acto es bastante digna de mención por alejarse un paso de dicho convencionalismo. Sin embargo, las lecciones de humildad para prodigios con egos súper inflados y vello facial no son novedad en el Universo Marvel, lo que dará a más de uno la sensación de déjà vu.
A pesar de ello, en un género ya saturado por la destrucción masiva hiperestilizada, la película dirigida por Scott Derrickson es una bocanada de aire fresco muy agradecida por su inventivo uso de los efectos especiales no para destruir, sino para crear un festín sensorial que recuerda a cierta película de Christopher Nolan. Incluso las secuencias de acción y los combates sacan partido de las curvaturas en el espacio-tiempo, armas mágicas y planos astrales, lo cual definitivamente abrirá nuevas posibilidades narrativas no sólo para la secuela prácticamente asegurada, sino para la franquicia a la que pertenece y para las cintas de superhéroes en general.
Hay oportunidades desaprovechadas, como el aspecto musical, que como ya es costumbre con Marvel Studios resulta olvidable casi en su totalidad: más que incluir algunos clásicos de la época, pudo inspirarse más en la psicodelia sesentera que influyó tanto en los visuales del cómic original. Mads Mikkelsen, en su papel del villano Kaecilius, se siente un poco desaprovechado aun considerando que, claramente, su rol fue pensado como instrumento para establecer lo que probablemente será el futuro de la megafranquicia cinematográfica de Marvel.
Los aciertos son muchos más que los tropiezos, y Doctor Strange es, sin duda, una de las mejores producciones de la casa de las ideas. Puntos extra si por verla en la pantalla más grande posible, como IMAX, y en formato 3D. El boleto por la trepidante experiencia visual que brinda, vale hasta el último centavo.