- Lo último de Nicolas Winding Refn es una pasarela de transgresión visual, un trance bello, incómodo y grotesco a través de la vacuidad del mundo de la moda, el fetiche colectivo por la belleza exterior, y la posesión de la otredad.
A mitad de la película, un pomposo diseñador de modas expresa la máxima que la rige de principio a fin: “La belleza no lo es todo, es lo único”. Hasta en sus más perturbadores momentos, El Demonio Neón (The Neon Demon) atrapa la atención en una armonía sensorial sintética pero inmaculada de la que es imposible apartar la vista. Si en el pasado Nicolas Winding Refn (Drive, Sólo Dios Perdona) ha sido acusado de priorizar la espectacularidad estilística sobre el contenido, la naturaleza de éste último hace que se complementen perfectamente en esta ocasión.
Tratándose (en la superficie) de un film sobre la plástica y caníbal industria de la moda, la sinfonía de sintetizadores en el score de Cliff Martínez se conjugan con un montaje hipnótico, más una fotografía y dirección de arte que hacen escurrir neón de la pantalla, conformando lo que se percibe, adecuadamente, como un coctel prolongado de spots publicitarios. Es la mortuoria frialdad de Vogue, Givenchy, Miles Aldridge, con la brutalidad acostumbrada de Refn. El Demonio Neón es, estéticamente hablando, la vida según la moda y la publicidad.
En la que podría ser la mejor actuación de su carrera hasta el momento, Elle Fanning interpreta más a un ideal que a un personaje: Jesse es una aspirante a modelo de 16 años recién llegada a la ciudad de Los Ángeles para realizar su sueño. Rodeada de reflectores y artificialidad, su naturalidad e inocencia resultan igualmente admiradas y envidiadas, pues ella encarna la belleza inalcanzable, la perfección cuyo deseo por poseer conduce a las más oscuras perversidades, algo a lo que Refn hace alusión desde los primeros encuadres de la cinta, en un mórbido pero majestuoso retrato de la belleza vacía y la muerte.
Esta película, más allá de un pastiche de visuales publicitarios y de una primera lectura sobre la corrupta industria de la moda, también alude al mito de Narciso, metaforiza el deseo por la otredad a un nivel extremo, y representa a la mujer como una encarnación del mal que despierta lo más bajo y oscuro de quienes le rodean. Hasta sus momentos finales (y quizá lo sea más precisamente ahí), El Demonio Neón es un seductor y electrizante cuento de hadas, fundido con una transgresora pesadilla sobre lo más oscuro de nosotros: una voracidad insaciable por lo bello, el fetiche consumista por lo artificial, un deseo imparable por destruirnos a nosotros mismos para ser todo ello.