Crítica – ‘Valerian y la ciudad de los milagros visuales’

  • El regreso de Luc Besson a la ciencia ficción es alucinante en el plano visual, pero inerte en otros sentidos.

El solo nombre de Luc Besson, cineasta detrás de clásicos como El perfecto asesino (Léon: The Professional) y El quinto elemento (The Fifth Element), sería gancho suficiente para generar expectativa alrededor de una de las pocas superproducciones en la cartelera que no pertenece a ninguna otra franquicia galáctica, de superhéroes, ni autos que desafían a la gravedad. Por su cuenta, este hecho ya dota a Valerian y la ciudad de los mil planetas (Valerian and the City of a Thousand Planets) de un inigualable potencial para refrescar la oferta cinematográfica de la temporada.

Si se obvia el hecho de que se inspira en los cómics franceses de ciencia ficción Valérian et Laureline, creación de Pierre Christin y Jean-Claude Mézières en los años 60, el regreso de Besson a la ópera espacial es una franquicia prácticamente desconocida para el gran público, pero no por ello su adaptación fílmica es menos ambiciosa. Como ha relatado el mismo Besson, desde niño es seguidor de la historietas de Valérian (cuyos conceptos y visuales también han inspirado sagas como Star Wars).

Se nota el amor del director por las viñetas francesas. Alpha, la titular ciudad en la que convergen especies de todo el universo, es un auténtico triunfo de la creatividad y el detallismo audiovisual. Desde que James Cameron puso a Pandora en pantalla con Avatar, no se habían visto mundos alienígenas fantásticos como los que Besson ha logrado crear en su nuevo filme, poblado por miles de seres únicos, estéticamente fascinantes y cuidados hasta en la forma del iris y las pecas multicolor. Si se considera cómo fue financiada, completamente ajena a los grandes estudios hollywoodenses, la existencia de una película como Valerian y la ciudad de los mil planetas es una suerte de milagro en sí mismo.

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En particular, la tecnología y leyes de la física en el mundo de Valerian alcanzan su pináculo creativo cuando hay acción. Una secuencia en el primer acto de la película, que sucede en dos dimensiones distintas en un mismo espacio, es una demostración de tecnología y conceptos de la ciencia ficción dotados de vida gracias a efectos especiales, coreografía y edición en sintonía perfecta de una historia inventiva. Sin duda, Besson entrega algunos de los momentos más memorables de este verano en cuanto a lo visual.

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Por desgracia, la grandeza de Valerian se reduce precisamente a eso: momentos. Si hablamos del resto, estamos ante una película entorpecida por el peso de su propia historia, llevada con un ritmo irregular, una duración que se extiende más de lo necesario, y cuestionables decisiones de casting. Casi podría decirse que Besson estaba preocupado por el virtuosismo visual, y nada más.

Estos problemas comienzan con el guión, uno que tiende a irse por tramas tangenciales a un conflicto central que no queda claro sino hasta los últimos minutos, cuando la vuelta de tuerca ya es todo menos sorpresiva. De nueva cuenta, lo que logra mantener a la audiencia hasta el final es la prodigiosidad con la que Alpha y sus habitantes parecen estar vivos.

Sin embargo, sus interacciones son olvidables en el mejor de los casos, y pueden inducir pena ajena en los peores, gracias a los diálogos. En ningún caso es esto tan evidente que en sus dos protagonistas, Valerian (Dane DeHaan) y Laureline (Cara Delevingne).

Para tratarse de dos agentes «espacio-temporales» encargados de mantener el orden en el universo, ambos personajes se perciben infantiles. Si bien el talento de DeHaan no es nada despreciable, no logra hacer mucho con un personaje cuyas mayores virtudes son la destreza física y una arrogancia tan grande como Alpha. Si tan sólo tuviera una contraparte más carismática para compensar con la química…

Delevingne, no obstante, no logra siquiera decidirse entre el acento americano o británico en la película, y es tan poco convincente en los momentos de mayor tensión dramática como en sus momentos de acción.

Por cada aspecto alucinante con el que hace explotar la pantalla Valerian y la ciudad de los mil planetas, hay otro decepcionante en proporciones iguales. Y por ello, en definitiva, estamos ante una de las películas más frustrantes del año. La producción independiente y europea más costosa de todos los tiempos tuvo potencial para ser una obra maestra de la ciencia ficción, pero sólo llega a 137 minutos de caramelo visual.

Al menos es caramelo visual de alta calidad, con genuino amor de su director.

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