- El nuevo largometraje de Pedro Morelli explora el culto a la perfección de nuestra sociedad a través de la relación entre creadores y sus creaciones, con suficiente audacia visual para excusar su vago desarrollo de personajes.
Si algo es innegable acerca de Zoom, es su ingeniosa parafernalia visual al servicio de su ambición narrativa. El resultado puede ser irregular, pero el carisma es algo que desborda esta película de reciente estreno en México (si bien vio la luz en el Festival de Cine de Toronto desde 2015).
El segundo largometraje del brasileño Pedro Morelli (Entre Nós) une tres relatos que se se afectan entre sí: Emma Boyles (Alison Pill) es una artista que trabaja en una fábrica de muñecas sexuales, y cuya frustración con su cuerpo la conduce a dibujar un cómic sobre su hombre ideal, el cineasta Edward Deacon (un divertido Gael García Bernal). Éste, en su afán de crear arte en contacto con su lado más sensible, dirige una película lejos de la adrenalina y testosterona típica de su filmografía, protagonizada por la modelo brasileña Michelle (Mariana Ximenes), una modelo aspirante a escritora que trabaja en una novela sobre… Emma.
Es así como se forma un triángulo metaficcional que explora cómo las experiencias de vida, aspiraciones y frustraciones de los creadores informan a sus creaciones, siempre a la sombra de un fantasma omnipresente por la totalidad de la cinta: el culto a y la búsqueda de la perfección manifestada en los senos ideales, la imagen profesional deseada, la masculinidad indiscutida. Esta última existe en la arista narrativa de Edward, y pone un pie en la literalidad cuando una impulsiva Emma súbitamente decide que su cineasta perfecto debe tener un pene ridículamente pequeño.
Puede sonar ridículo, y lo es, además de que esta clase de recursos son los que mueven el engranaje de las otras dos dimensiones: Emma, por ejemplo, se coloca implantes de senos cuando se siente física y sexualmente inadecuada por comentarios de su «amigo con derechos». Por otro lado, Michelle es impulsada por demostrarle al mundo que no es sólo un físico bonito, más aún cuando su pareja le cuestiona si al menos sabe deletrear en inglés. A partir de aquí, el guionista novel Matt Hansen parece más preocupado por la comedia de las situaciones en sí, que por desarrollar a sus personajes.
A pesar de ello, Zoom hace atravesar a sus personajes semejantes ridiculeces con tal hilaridad, y con los suficientes atrevimientos en el aspecto visual, como para sostenerse hasta el final satisfactoriamente. El uso del color y las líneas en la dimensión del cómic, animada con rotoscopio, para representar el estado emocional y físico de los personajes; así como de luz, vestuario y encuadres para escenificar el ridículo cambio de rumbo en el universo fílmico de Michelle, son dignos de ser apreciados como logros en sí mismos.
Quizá no estemos ante el ejercicio de metaficción con mayor potencia emocional del año (para eso hay otra película en cartelera), pero sin duda es uno sumamente entretenido, genuinamente gracioso y atrevido.
Terminado este viaje entre dimensiones de narrativas, resta una pregunta por hacer: ¿qué papel juega el director Pedro Morelli fuera de la diégesis, para convertir a ese triángulo en cuadrado?